Estaba leyendo hoy la noticia de que Google felicitó a los empleados que tenía en su empresa de creación de juegos para Stadia solo unos días antes de cerrarla y despedirlos.
He visto algunos artículos donde se extrañan de este comportamiento. A mi me hubiese extrañado lo contrario. Es decir que los jefes se hubiesen reunido con los empleados hace unos meses, los hubiesen felicitado y de paso les contasen que empezaran a buscarse nuevos trabajos porque la cosa pintaba mal para esa parte del negocio. Pero hoy en día los jefes quieren solo la parte positiva de su trabajo. Y si son grandes empresas donde se pueden camuflar bajo el frondoso manto de la burocracia y las Departamentos de Recursos Humanos pues más complicado es que vayan de cara.
A lo largo de mi vida trabajando en grandes empresas cada vez he notado más esa tendencia. Ahora mismo estoy recordando dos situaciones parecidas a las de la noticia de Stadia. Hace unos años tras acabar un largo proceso de migración la dirección nos invitó a una fiesta de celebración del fin del proceso. Fue algo espectacular: comida, bebida, buen sitio, música, fiesta, felicitaciones, grandes discursos, que buenos que éramos todos… eso fue un fin de semana. Bastó llegar al lunes siguiente para que a las 8 horas entrase un correo de Recursos Humanos donde anunciaban el cierre de la unidad que había realizado el proceso. Todos trasladados a otros cometidos profesionales que no tenían nada que ver con nuestras aptitudes. Nuestro trabajo se había externalizado. Y un par de semanas después nos llamaron por teléfono desde una consultora externa para anunciarnos que nos quitaban una serie de pluses y ventajas laborales porque no las habíamos consolidado. Digo yo que en alguno de los brindis de los grandes jefes 10 días antes nos podían haber adelantado algo… más que nada para que alguno no hiciese alguna compra grande pensando que iba a seguir trabajando en el mismo sitio y cobrando igual.
Pasó el tiempo y me acoplé a mi nuevo trabajo. Éramos un montón de gente que cada uno venía de un sitio diferente pero nos convertimos en un equipo que llegó a fin de año cumpliendo sobradamente todos los objetivos. Vino el gran jefe a felicitarnos. Igual que en la foto de arriba allí estaba yo vestido de traje y corbata (algo que no me gusta, pero nos habían pedido decoro en el vestir) estrechando su mano y escuchando lo buenos que éramos… eso fue un viernes. El lunes ya tenía la llamada de Recursos Humanos (y el resto de compañeros también) anunciando la disolución del departamento.
Así que en el mundo de los jefes yo soy amante de los jefes antiguos. Eran muy brutos, no sabrían de inteligencia emocional… pero iban de cara. Si algo no iba mal, pues se decía y ya está. Y si iba bien lo mismo… Pero ahora que todo el mundo busca ser un líder emotivo nadie quiere se portador de malas noticias. Y un jefe debe estar a las duras y a las maduras.
Desde aquí mi solidaridad con los empleados de Stadia que pensaban que todo iba bien y al final la cosa se torció. Y un tirón de orejas al jefa que no es capaz de mirar a los ojos a la gente y decirles la verdad.