Una vez más Robert Heinlein consigue sorprenderme; y mira que van. Hace unas semanas empecé un libro de un autor actual sobre un tema clásico de la Ciencia Ficción espacial: viajes en grandes naves “generacionales” o naves viajes muy, muy largos a velocidades sublumínicas. Y cuando llevaba un puñado de páginas (de más de 600 que tenía el libro) aquello empezó a aburrirme. Así que recordé que tenía todavía sin leer una obra de Heinlein con una temática muy parecida. De esta forme empecé a leer Huérfanos del Espacio.
Lo primero que me llamo la atención es que el libro tenía menos de 200 páginas. Si casi parecía un capítulo del libro moderno… Y fue empezarlo y no poder soltarlo. El libro es una obra menor de Heinlein. Pero cuando uno es un gran escritor hasta tus obras menores son obras de arte al lado de otros que no tienen tu genio. El libro tiene esa cualidad de Heinlein y que es tan difícil de imitar (lo digo desde la envidia de un juntaletras como yo) de definir el escenario, las reglas y sobre todo de hacernos conocer a los protagonistas con un par de páginas. Mientras otros autores se pasan páginas y capítulos estableciendo su universo, describiendo los personajes… Heinlein en la página tres ya te tiene cogido y ya conoces al protagonista como si fuese de la familia.
La obra como he dicho al principio describe la situación en una nave espacial generacional (aquí os dejo un enlace de Universodecienciaficcion, donde además de hablar de este libro hacen un repaso a las naves generacionales en la Ciencia Ficción, cuidado si entráis porque se adelanta mucho argumento de la novela) que desde la Tierra es enviada a colonizar una estrella cercana. La nave es uno de los protagonistas. Como pasa en muchas obras sobre el mismo tema hay un cataclismo y los astronautas supervivientes olvidan su misión original. Aquí aparece una idea muy curiosa de Heinlein: la tripulación se convierte en una casta sacerdotal y las tareas de mantenimiento de la nave son convertidas en actos religiosos que se hacen para ofrendar al dios de la nave. Aquí podemos ver como Heinlein se divierte con la religión. Es curioso ver como las ideas de esta autor no son tan simplistas como parecen. Muchas de sus obras la religión es algo que no casa con la racionalidad. Y en esta novela se ve en toda su dimensión cuando un “tripulante-sacerdote” le describe a un aspirante a sacerdote su explicación de las leyes de la Mecánica de Newton.
El libro tiene solo un pero: es muy corto. Y el final es demasiado rápido y algo decepcionante. Pero eso si en sus menos de 200 páginas no sobra una palabra. Y aparece un personaje que me ha encantado, un mutante llamado Joe-Jim. Alguien fascinante y solo por conocerlo ha valido la pena leer el libro.
En resumen, una obra recomendable, que se lee en una tarde y que esconde más de lo que parece.