- Cuadernos de la fábrica de hielo (II) no todo se le ocurre al jefe
- Cuadernos de la fábrica de hielo (I): no te fíes de las alabanzas
Aquí estoy tratando de volver a la normalidad en el blog. Llevaba una semanas muy parado esto. Como siempre el asunto es que esto de ser un hombre orquesta es complicado. Y cuando se juntan varios problemas… pues no hay tiempo para todo. Antes de seguir con esta nueva serie, quiero agradecer a los lectores que me llamaron por teléfono, que me enviaron mensajes avisándome de los problemas técnicos que hemos tenido estas semanas en el blog. Aunque cuando hablé con ellos pudiese parecer poco agradecido en ese momento no era así. Pero cuando llevas tres días casi sin dormir pues el que alguien te dé más malas noticias de descoloca. En resumen mis disculpas a todos.
Uno de los motivos que me han tenido alejado del blog ha sido un pequeño trabajo de búsqueda entre los viejos papeles de unas mudanzas anteriores. Necesitaba una documentación de hace muchos años por un problema burocrático con la compañía de electricidad y tuve que empezar a rebuscar entre los cajones de casa de mis padres. Y mirando por allí (no encontré el papel que me pedía la compañía eléctrica) encontré unos viejos cuadernos.
Cuando pude encontrar a alguien que le quitase el polvo (soy alérgico a los ácaros y al polvo…) me puse a leerlos. El titulo me enganchó desde el principio: “Los cuadernos de la fábrica de hielo: memorias de cuando no existían los frigoríficos”. Miré y no tenía claro del todo quien era el autor. Así que me pase por casa de mi tía de más edad para ver si ella podía decirme algo sobre aquel escritor.
Mi tía tardó un poco en recordar, pero al final me contó que al acabar la Guerra Civil, mis abuelos alquilaban habitaciones en su casa para completar la economía familiar. Y en en esas habitaciones durante unos años vivió Juan Cortés. El tal Juan trabajaba en la fábrica de hielo del pueblo. Vino de un pueblo de Extremadura y estuvo viendo en la casa de mis abuelos durante unos años.
Mis abuelos tenían una especie de Airbnb de los años cuarenta y cincuenta. Es curioso ver como todo está ya inventado y lo que hacemos ahora en poner comunicaciones casi instantáneas a lo que ha existido siempre. Me contó mi tía que la casa de mis abuelos tenía dos puertas. Una de las puertas la dejaron comunicada con las habitaciones que alquilaban. Así los inquilinos entraban y salían sin molestar. Además conforme se labraron fama de buenos caseros les llegaban más cartas para reservar sus habitacones.
Bueno vuelvo a la historia de los cuadernos de Juan Cortes. En esos papeles el autor iba contando lo que veía y lo que le sucedía mientras trabajaba produciendo y distribuyendo barras de hielo.
Hay mucho que me gustaría contar de esos cuadernos. Podemos ver como los vicios de los empresarios españoles ya existían hace 70 años. De hecho lo que más me llamó la atención fue la actualidad de muchas de sus historias. Así que aprovecharé para dejar que Juan hable con sus palabras de hace tantos años:
“No te fíes de las alabanzas
Parece claro y probado que la envidia es el pecado capital de los españoles (y digo yo que Juan no escuchaba a los Nikis). Así que si estás leyendo estas hojas te quiero dar un consejo: no te fíes nunca de las alabanzas. Al final solo te traerán problemas.
Hacía unos meses que nuestra fábrica de hielo había sido comprada por una comerciante de Madrid. Este tenía una red de fábricas de hielo y ganaba mucho dinero. Pero el dueño no era tonto. Unos amigos que venían de viaje de América, de Estados Unidos le habían contado que allí las fábricas de hielo pequeñas estaban cerrando. Los americanos tenían una cosa que se llamaba frigorífico. Se trataba de un aparato que se enchufaba a la corriente y mantenía los alimentos fríos sin necesidad de comprar ninguna barra de hielo.
Así que nuestro nuevo jefe supremo ha decidido que tiene que exprimir al máximo el negocio de las barras de hielo y a la vez entrar en el negocio de los frigoríficos.
Como no sabía bien como hacerlo llamó a su primo que vivía en Argentina. Su primo vino a preparar la revolución de las barras de hielo.
Una de las primeras medidos que tomó fue crear un boletín de noticias interno de la empresa. Además pidió a los jefes de las delegaciones y a sus empleados que aportasen sugerencias sobre como mejorar la producción de hielo y como adaptarse a los nuevos tiempos.
Y aquí cometí mi primer error. Cometí el pecado de la vanidad. Yo conocía el frigorífico. No puedo ponerlo por escrito pero durante la guerra estuve fuera de España y vi algunos. Y como era mecánico tuve que repararlos. Así que pensé que lo que yo sabía podría servirme para medrar en la empresa.
Envíe varias sugerencias simples, eran todas basadas en el sentido común: que el reparto se hiciese a horas en las que no estuviese el sol muy alto para que el hielo aguantase más en los carros, que los carros se modernizasen para que fuesen más rápidos, que los repartidores recibiesen cursillos de orientación y que tuviesen mapas para llegar antes a las casas y empresas que esperaban el hielo, que desde la Oficina se buscase la ruta más eficiente para llevar el hielo en el menor tiempo…
Al final algunas de las ideas le gustaron al primo del jefe. Y vino a la provincia de visita y convoco una reunión de jefes de fábricas de la provincia en la capital. Yo no era jefe, pero me llamaron para que acudiese. Una vez en la reunión el jefe me impuso un premio a la dedicación por mi sugerencias y me mostró como ejemplo a los jefes. El premio además venía con 100 reales de recompensa. Yo estaba feliz mientras me imponían la banda. Y me volví a cegar por mi vanidad. Le comenté al jefe que podíamos construir un frigorífico de pruebas, que no era tan complicado…
Esa noche dormí muy feliz imaginando un futuro mejor donde poco a poco dejábamos de fabrica barras de hielo y empezábamos a fabricar frigoríficos.
Cuando a la mañana siguiente llegue a la fábrica de hielo mi jefe me llamó al despacho. Me dijo que no podía enviar ninguna otra sugerencia. Que no era un verdadero miembro del equipo del hielo. Que eso de los frigoríficos era algo que nunca iba a llegar a España. Además me sacó de mi puesto de mecánico de la fábrica y me puso a repartir hielo.
Pero eso será historia para otro capítulo, cuando estuve repartiendo hielo.
Pero amable lector saca tus conclusiones: no te fíes de las alabanzas. Y si alguien quiere fabricar hielo toda su vida no le lleves la contraria. Y recuerdo que los grandes jefes se van después de la convención a su mansión y se acuerdan de ti para nada.”
Pues nada aquí acaba la primera entrega de los Cuadernos de la Fábrica de Hielo. Conforme vaya pasando a limpio más historias las podréis leer aquí.
7 Comentarios
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Quiero todos los cuadernos YA, suenan muy interesantes 😀
Posible spoiler: el primo argentino la liara y lo echaran.
Las perlas del jefe equipo hielo, no tienen precio:
– No podía enviar ninguna otra sugerencia.
– No era un verdadero miembro del equipo del hielo.
– Que eso de los frigoríficos era algo que nunca iba a llegar a España.
– Además me sacó de mi puesto de mecánico de la fábrica y me puso a repartir hielo
Espero con ansias a ver si el karma cumple.
Sigue con esos cuadernos. Pintan bien!
Muy interesantes esos cuadernos Tendero.
A la espera de mas capitulos.
Resumen rápido: En esta empresa llevamos de toda la vida haciendo lo mismo y no vamos a cambiar aunque nos hundamos por el camino.
Y bueno, decimos que es típico español porque es lo que llevamos viendo toda la vida pero siempre me he preguntado qué dicen en otros países de puertas para dentro de sus propias formas de llevar las empresas.
Imagino que fuera de España pasara más o menos lo mismo. Pero aquí eso de que el que se mueve no sale en la foto lo llevamos muy adentro y lo de empecinarnos ni te digo
Es curioso como los mismos vicios de hace 70 años perduran en el tiempo, tanto en el obrero como en el empresario.
– Envidida hacia el igual
– Antes yo por encima de todo
– Esto lo hacemos asi y siempre fui bien, no vamos a cambiar
– Eso no llegara a España…
Muy interesante tendero.
Saludos.